Un viaje emocional para la reflexión
Os propongo un pequeño viaje emocional:
Juan vive en una pequeña isla y mañana tiene cita médica a las 12 en el hospital de la capital. La única vía de comunicación entre su pueblo y la península es a través de un Ferry que hace viajes ininterrumpidos cada 30 minutos desde las 7:00 de la mañana hasta las 20:00. Así pues Juan subirá con su furgoneta al ferry pronto por la mañana porque quiere ir antes a un supermercado a comprar un televisor, (el suyo es todavía de los “cabezones”); de esta manera quiere darle una sorpresa a sus hijos que estudian fuera y llevan un mes sin ir por casa. Coincide que hoy juegan el Barça – Madrid y aunque no es de ninguno de los dos equipos le gusta el “buen futbol”.
Una vez comprada la televisión y unas galletas saladas que le encantan, se dirige al hospital a su cita médica, hace los trámites en recepción y le indican la sala de espera. Está bastante concurrida, toma asiento y se mimetiza con el resto, tomando su teléfono y navegando un poco por internet. La sala dispone de una pantalla a través de la cual se va avisando a los pacientes cuando llega su turno. Ha transcurrido una hora y solo dos personas han recibido el aviso de entrada, la espera se hace bastante tediosa. Después de tres horas de espera Juan es consciente de que su tiempo puede todavía alargarse mucho, ya que ha podido observar cuántas personas tenía delante de él, un total de veinte, y en este periodo sólo 9 han abandonado la sala. Después de 5 horas Juan tiene necesidad de ir al aseo, pero le da miedo que le fueran a avisar porque le han advertido que no siempre se avisa siguiendo el turno de entrada, con lo que no sabe qué hacer. Una hora más tarde no puede aguantar más y sale a recepción a preguntar por los servicios; en este caso tiene suerte, ya que en otras ocasiones se ha encontrado con que los servicios solo estaban disponibles para el personal que trabaja allí. Va a toda prisa, no vaya a ser que le llamen en ese intervalo. A su vuelta, pregunta a una persona que estaba sentada junto a él y le confirma que no le habían llamado con lo que respira aliviado y vuelve a sentarse. Es curioso ver, cómo, a pesar de las horas de espera, nadie protesta, todo lo contrario, el ambiente es relajado, más bien de resignación. Por un momento se le pasa por la cabeza ir a protestar, pero le da miedo que su médico le coja manía, además en su casa tampoco entenderían que fuera montando líos. Juan empieza a preocuparse porque son ya la 18:00h y el último ferry le sale a las 20:00 por lo que podría ocurrir que no llegase a cogerlo. A eso de las 19:00 se ilumina su cara; acaba de aparecer su identificación en la pantalla, por fin ya puede pasar a su visita. La cita con el médico se prolonga más de los esperado y Juan sale con el tiempo muy justo hacia el Ferry, coge su furgoneta e intenta ganar tiempo, pero sabe que corre ciertos riesgos, lleva el televisor tirado en la parte de atrás y la furgoneta no es precisamente el último modelo. Al llegar al embarcadero, la barrera está bajada y todavía puede ver con desolación cómo el Ferry está a unos pocos metros de la orilla; le va tocar dormir en la furgoneta en el aparcamiento del Ferry, que por cierto, no está bien iluminado ni por supuesto tiene vigilancia. Juan no podrá dar la sorpresa a sus hijos y, además le va tocar pasar la noche en un sitio que no le inspira nada de confianza. Además sufre por el televisor que puede verse desde fuera a través de las ventanillas…
Por fin ha amanecido; con los ojos hinchados y sensación de haber descansado muy poco, (ayer escuchó muchos ruidos fuera), Juan embarca de vuelta y se dirige al encuentro de su familia.
Imagino que muchos de vosotros ve inverosímil esta situación, ya que lo lógico es que hubiéramos protestado, o simplemente nos hubiéramos ido; sin embargo, esto es lo que con demasiada frecuencia sufren los conductores profesionales. Tiempos interminables de espera en las cargas y en las descargas, tiempos que en muchas ocasiones les condicionan volver a sus casas porque tienen que respetar los tiempos de su tacógrafo, estrés después para ganar el tiempo perdido, intranquilidad en zonas de descanso no vigiladas, frustración al sentirse tratado injustamente y no poder expresarlo por miedo a las consecuencias, añoranza a sus seres queridos… Se prevé que en 5 años la falta de conductores provoque una seria dificultad de servicios de transporte. Me temo que el problema no es solo de condiciones económicas, sino simplemente de DIGNIDAD DE LA PROFESIÓN. Señores, para mí fueron héroes durante el Covid, pero ya lo eran antes y lo siguen siendo después. El resto no nos queda otra que actuar.
Fernando Viñuales.